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Hechos, sucedidos... o no.
¡---Ay, la leche de pantera!
Ya me he referido antes a la cordialidad que ha presidido de siempre las relaciones entre la Armada y la Legión, y en virtud de esa armonía, en cierta ocasión, atracado el barco en Ceuta, los oficiales acudieron a
confraternizar con sus hermanos de verde en el casinillo de la Legión. Tras la correspondiente ingesta de leche de pantera, el grupo, ya heterogéneo, subió, como mandan los cánones, a Jadú, donde continuó la ingesta en uno de sus locales, hasta que en un momento dado unos patosos insultaron a un legionario y al grito de "a mí la legión" acudieron azules y verdes con la consabida trifulca que acabó como solía ser
habitual en las instalaciones penitenciarias de la Policía Militar en El Hacho.
Mientras tanto, a bordo se recibió un mensaje que ordenaba salir a la mar con urgencia, y el comandante se devanaba
los sesos imaginando qué podía hacer sin oficiales, hasta que decidió ir personalmente a informar al Comandante General de su salida, aunque le producía mucha vergüenza tener que reconocer la conducta tan poco profesional de
sus oficiales, Tras despedirse de la autoridad militar y viendo que el general no hacia referencia al incidente, le espetó:
-¿Desea alguna cosa de la mar, de la península o de donde
quiera que terminemos?
- Nada gracias. ¿Y usted, necesita algo?
- Hombre, mi general, la verdad es que si pudiera prestarme cuatro o cinco oficiales,
aunque sean de caballería, me vendrían estupendamente... El general sonrió, descolgó el teléfono y media hora después un microbús descargaba los oficiales
en el barco, que de ese modo pudo cumplir su misión.
Por cierto, acabada esta, el destino llevó el barco nuevamente a Ceuta, aunque en esa ocasión los oficiales no visitaron el casinillo,
ni Jadú, ni, afortunadamente, tampoco El Hacho. Cuentan las crónicas que casualmente ese día permanecieron todos a bordo distrayéndose con una partida de dominó :)
El médico sincero
De todos es sabido que los comandantes de los barcos se refieren a estos en primera persona cuando hablan de su situación o intenciones, así les escuchamos frases como: "estoy en obras", "la semana que viene entro en dique" o "puse
rumbo sur para aproarme a la mar..." El comandante del buque del que vamos a hablar era un tipo severo, exigente y ordenacentista. En cierta ocasión, entendiendo que la rutina y la disciplina a bordo estaban algo
relajadas, pidió permiso para sacar el barco a la ría de Ferrol para ejercicios individuales durante una semana, cosa que a la dotación le sentó a cuerno quemado. Un mañana, estando el barco fondeado y habiendo pedido
una falúa a tierra para dirigirse a la base, vio al teniente médico merodeando en las inmediaciones de donde habria de atracar el bote. Se trataba de un oficial joven, recién embarcado y poco hecho al léxico naval. -¿Qué
hace aquí teniente? Le espetó el comandante - Creo que viene una falúa, mi comandante, y necesito ir a la farmacia a por material. -Ah, muy bien. Venga conmigo entonces. Conforme el bote se alejaba del barco, el comandante
comenzó a sentirse disgustado por el modo en que estaba fondeado, hasta que, preocupado, murmuró un "voy a tener que enmendarme...". Estando solos en el plan del bote el teniente pensó que se dirigía a él, y en tono
amistoso, le espetó: - La verdad es que sí, mi comandante, tiene a la dotación bastante cabreada... Al parecer la falúa dio la vuelta, regresó al barco, desembarcó al médico y volvió a salir
con el comandante como único viajero.
Donde las dan, las toman...
Anecdotario naval: Donde las dan, las toman. Era capitán de IM y proto en la Escuela Naval. Tenía fama de "coñero", pues gastaba bromas a diestro y siniestro sin importarle si se trataba de compañeros, profesores,
e incluso alumnos, por lo que no eran pocos los que esperaban pacientemente el momento de hacerle probar su propia medicina. Aquella noche estaba de guardia y resultó que alojaba en la Residencia de Oficiales el Almirante Regalado, por aquel
entonces Ministro de Marina. Cuando sonó el teléfono nuestro capitán respondió de inmediato, dejándose oír la voz meliflua con marcado acento gallego del centinela de "Palmeras", una
de las entradas a la ENM, precisamente la que comunica con la residencia: - Mi capitán, soy el centinela de Palmeras. Tenemos un problema, aquí hay un "home" que quiere entrar en la Escuela sin identificarse,
dice que "eu o teño que coñecer, e eu non conexo. Tiven que facer uso de miña arma y esta no suelo berrando. Din que le chaman "el Relajado"...." Dando un grito, el capitán soltó el teléfono y salió corriendo
en dirección a "Palmeras", imaginando que aquella noche su carrera había tocado fondo, pero unas risas en el despacho contiguo detuvieron en seco sus pasos. A través de la ventana se veía a un grupo de compañeros incapaces
de contener la risa, y uno de ellos conservaba aún un teléfono en la mano...
La caballería de Marina
Curiosidades navales La caballería de Marina Aunque parezca una excentricidad, la caballería de Marina se creó por orden ministerial del Ministro Manuel de la Pezuela y Lobo en 1885. El ministro Pezuela era un hombre de bien y viejo lobo de mar, nada palaciego por lo tanto, y a pesar de que ocupó la cartera de Marina durante poco más de cuatro meses tuvo tiempo para sacar dos disposiciones que dieron mucho que hablar: la
autorización para construir el famoso torpedero submarino de Isaac Peral, torpedeada más adelante, si se me permite la redundancia, por la ineptitud y otras causas más graves de los políticos nacionales, y la creación de
la mencionada caballería de mar. Pezuela había participado en dos guerras, la Primera Carlista y la campaña del Pacífico y en ambas había tenido que combatir en tierra al mando de compañías de marinería,
razón por la que argumentaba el uso del caballo para los oficiales. Además, en su visión de futuro, que no andaba muy descaminada, previó los desembarcos anfibios en tierra hostil. En el desarrollo de la orden mandó
que en algunos barcos se construyeran cuadras para los jamelgos, de los que ordenó comprar una importante remesa. Además, se autorizó el paso de algunos oficiales de otros cuerpos al de IM, de quien habría de pasar a depender la
caballería. El corto período de tiempo de su mandato dio al traste con la orden, aunque los oficiales que se habían pasado al cuerpo de Caballería cobraron sus pluses hasta el final de sus días y durante un tiempo prolongado
un numeroso grupo de oficiales de Marina de los cuerpos de mar reclamaron su caballo al terminar sus estudios en la Escuela Naval, aunque tratándose de una época en la que no siempre llegaban los sueldos a los hombres puntualmente (llegaron a
producirse retrasos de 36 meses y hubo oficiales que murieron literalmente de hambre) es fácil de imaginar la suerte de las partidas destinadas al sostenimiento de los cuadrúpedos, por lo que antes o después la mayoría de oficiales
renunciaron al derecho que les reconocía la Ley Pezuela.
Ganando Barlovento
Hoy es difícil que las bandas de música de la Armada participen en actos fuera de horario que no tengan que ver con el ámbito castrense, pero antiguamente era fácil ver a los músicos alegrando la Semana
Santa de los pueblos o cualquier acto importante que estuviera medio relacionado con la Armada, actos para los que no siempre se encontraban voluntarios, en cuyo caso se aplicaba amable pero contundentemente el viejo adagio del "manu militari". En otras ocasiones, sin embargo, era corriente encontrar más voluntarios de los necesarios, sobre todo con ocasión de alguna visita de excepcional interés, quizá turístico, quizá gastronómico, pero había
una fecha en la que cada año se multiplicaban más y más los voluntarios: el trofeo futbolístico Ramón de Carranza, en una época en que su cartel solía reunir a los equipos mejores y más exóticos
del mundo. Y aquel año no lo fue menos, pues superadas las semifinales, la gran final reunió a uno de los equipos punteros españoles con otro equipo top, en este caso de Brasil, y claro, los músicos hicieron cola delante del
despacho del capitán de la compañía, hasta que este seleccionó a los que mejor le pareció para que tocaran los correspondientes himnos nacionales antes del partido y amenizaran en el descanso el bocata de los espectadores
con sus tanguillos y pasodobles. Y como todos los años, el autobús llegó al estadio y los músicos se bajaron y formaron para entrar una vez más en el estadio marcialmente al compás de uno de los sones más
populares de la Armada: ganando barlovento, todo ello bajo la atenta mirada del portero de la puerta de músicos que, viejo zorro conocedor de la picaresca de la ciudad examinaba atentamente a los músicos a su paso. Ocurrió al final
de la larga fila, cuando ya habían pasado trompetas, tambores, flautines y trombones, el portero se quedó mirando a los dos últimos músicos, soldados como el resto con su impecable traje de gala con sus pantalones cruzados por las
inexcusables franjas rojas, sólo que los instrumentos que soplaban eran... bombines de hinchar ruedas de bicicletas! Mucho ingenio, pero aquella noche les tocó escuchar los goles desde la calle siguiendo el rugido de la muchedumbre.
¿Palo o Zanahoria?
Anecdotario Naval: ¿Palo o zanahoria? Hoy en día no es una cosa demasiado frecuente , pero antiguamente era bastante común encontrar marineros, cabos y algún suboficial guineano que venían a probar fortuna a
España y más concretamente en la Armada. Por regla general solían ser individuos tan bonachones como vagos, pero su razón de estar en la Armada venía impuesta por una serie de convenios que antes y después de la independencia
de Guinea había firmado el gobierno español con la entonces colonia. Este que nos ocupa se llamaba Anselmo, y era cabo. Sucedió que una noche cerrada el barco navegaba sometido a cierta agitación
debido al estado de la mar y en esas ocasiones solía cubrirse un puesto de guindola a popa cuya obligación era permanecer atento por si alguien se caía al agua y en ese caso reaccionar lo más rápidamente posible lanzando
al náufrago un rosco salvavidas. Esa noche, sin embargo, al hacer una ronda, el segundo comandante se encontró a Anselmo perfectamente dormido, de modo que le cayó una bronca de padre y muy señor mío y el correspondiente
arresto, que debía ser ratificado por el comandante, el cual, por haber estado destinado un tiempo en Guinea se jactaba de conocer a los guineanos y también el modo de estimularlos. - No, segundo, verás. Con esta gente es más
importante la zanahoria que el palo. Comprenden cuando se les reprende y sin embargo llevan muy mal el castigo, que, en su caso, no suele llevar a nada positivo. Déjame hablar con él y verás como lo enderezamos. Naturalmente el segundo
hizo suya la decisión del comandante, y a los pocos días, al coincidir en el puente le preguntó por sus métodos didácticos. -¿Qué tal con Anselmo, comandante? -Muy bien -respondió el comandante
entusiasmado- Comprendió la importancia de su falta y ha hecho firme propósito de enmendarse. Ya te dije. conozco bien a estos guineanos... En ese momento al segundo le entró la risa y al verlo reír el comandante le envió
una mirada llena de perplejidad. -Perdona comandante. No pongo en duda lo que dices, pero por favor, mira hacia popa... Cuando el comandante dirigió la mirada a popa divisó al cabo Anselmo que se dirigía diligentemente a ocupar
su puesto en la guardia.... con una almohada debajo del brazo. ¡Zanahorias! PD: El sujeto de la fotografía no es, obviamente el cabo Anselmo, a pesar de su color aceitunado. Es un personaje muy
conocido, a ver si alguien lo adivina....
Los cojones, en el penal!
Anecdotario naval. Tribulaciones de los comandantes de los buques. He cruzado docenas de veces el gaditano puente León de Carranza y doy fe de que aunque deja hueco suficiente a los barcos, a los que les toca cruzarlo les parece muy pequeño
una vez que lo enfilan, tanto más cuanto más grande es el barco en cuestión y mayor la responsabilidad del que debe atravesarlo. Veníamos de unas maniobras en el Mediterráneo a bordo de uno de esos enormes transportes
de ataque de los años 90, habiéndose producido el relevo de comandante días atrás, de modo que este se veía en la encrucijada de cruzar el puente por primera vez, ya que el barco tenía
que entrar en obras en la Carraca. De ese modo, a la habitual tensión en el puente mientras el barco enfilaba el paso, se sumaba el respetuoso silencio en el que todos nos aplicamos para no distraer al comandante. Sucedió cuando la maniobra ya
no tenía marcha atrás, pues el barco se dirigía lanzado hacia el estrecho paso cuyas hojas abatibles comenzaban a ascender en ese momento. Fue entonces cuando con un irrefutable acento cañailla se escuchó la voz de un cabo
que llevaba muchos años a bordo y que permanecía apoyado indolentemente en la mesa de cartas fumándose un cigarro. - ¡Los cojones en el penal! Todos dirigimos la mirada al alerón,
en donde el nervioso comandante escudriñó alternativamente el hueco que dejaban las hojas y el interior del puente de gobierno del barco, pensando sin duda que aquellas palabras habían sido una mala jugada de su imaginación, cosa
que se encargó de disipar el propio cabo que repitió la monserga con despreocupación. - ¡Los cojones en el penal! El comandante parecía noqueado en el momento más sensible de la maniobra, pero el segundo
andaba por allí y se encargó de poner las cosas en su sitio, ordenando al cabo abandonar el puente inmediatamente y dirigiéndose a continuación al alerón donde se encargó de tranquilizar al tembloroso comandante.
-Tranquilo comandante -le dijo el señalando uno de esos toros de Osborne que vemos en las carreteras y que allí se yergue sobre un pequeño islote entre los caños-. Los que llevan muchos años navegando estas aguas han escuchado
muchas veces que el puente se cruza fácilmente enfilando los atributos de ese toro de cartón con una de las torres del penal de la Carraca... El comandante guardó silencio, hizo impecablemente su maniobra y después le escuché
contar la anécdota más de una vez, aunque nunca con la cara tan blanca como cuando la vivió en primera persona. Y en cuanto al cabo, no volví a verle en el puente durante ningún tipo de maniobra.
Inglés macarrónico
Ignoro de donde procede esta expresión que suele usarse en todos los ámbitos para referirse a aquellos que chapurrean la lengua de Shakespeare no demasiado fluidamente ni tampoco con la ortodoxia más pura, una expresión,
por tanto, que puede proceder de cualquier campo profesional, aunque yo me aventuro a apostar que como tantas otras de origen incierto pudiera tener origen marinero, y naval en este caso concreto. Pudo a ser a consecuencia
de una visita que hizo un barco de la Armada a cierta base norteamericana del Atlántico en una época en que el dominio del inglés por parte de los oficiales no era ni mucho menos parecido al de ahora. En aquella visita, al parecer,
el cocinero se quejó de que no tenia escurridor para preparar pasta, por lo que el conseguirlo se convirtió en asunto esencial para la supervivencia, y en vista de que el aprovisionamiento por los medios oficiales era imposible, se recurrió
a adquirirlo en el mercado local, y dado que, como digo, el nivel de inglés no era muy elevado, el segundo hizo lo que habría hecho en su caso cualquier segundo que se precie: designar a los dos oficiales más modernos para salir a la calle
a comprarlo. El regreso de los oficiales era esperado a bordo con expectación, por parte de la mayoría para reírse de ellos al verlos regresar de vacío, aunque alguno había que. ávido de un buen plato de pasta,
esperaba íntimamente el milagro, y así estaban las cosas cuando los dos oficiales volvieron a bordo con un paquete pulcramente envuelto que al desenvolverlo mostró... un magnífico escurridor de pasta.! Sucedió que entre
los oficiales que esperaban en la cámara estaba el propio comandante del barco, que era consciente del bajo nivel de inglés de los comisionados, por lo que les preguntó sin reservas cómo lo habían conseguido, a lo que uno
de ellos contestó con toda naturalidad: - Pues en inglés, mi comandante -¿En inglés? ¿Seguro? Pues ya me dirán ustedes cómo lo han hecho. - Pues mire, mi comandante -contestó decidido el
que había tomado la voz-. Primero buscamos una tienda con pinta de vender de todo y una vez allí me acerqué al dependiente y le dije: "Mai frien y yo tu guand un apareito that macarronis put, güater pass, macarronis stop... y esto
es lo que nos dieron. Al parecer, las carcajadas se escucharon en el pique de proa y tras degustar unos maravillosos macarrones con tomate, el segundo propuso al comandante enviar a montar guardias en el CIC (Centro de Información y Combate) al
avispado oficial.
Niñas casaderas de Ferrol
Las niñas casaderas de Ferrol, Tiempo atrás se contaba por los pagos del norte una historia, seguramente exagerada, aunque no por ello deja de tener su gracia. Y es que, como decía aquel, las cosas que se cuentan para hacer
pasar un rato agradable, no hace falta que sean ciertas, basta con que pueda aplicarse el viejo adagio italiano: Se non é vero, é ben trovato... Ocurrió que debutaron en sociedad tres hermanas de
carácter algo agrio y poco agraciadas en lo físico, y como quiera que por aquel entonces se construía en Ferrol una serie de fragatas con nombres elegidos seguramente para dar miedo al enemigo, no tardó un guasón en bautizar
a las pobres hermanas como la Horror, la Terror, y la Furor. Pasó el tiempo y las tres consiguieron echarse novio, y como entonces la serie que se construía en los astilleros respondían a nombres relacionados con el atrevimiento en
el combate, el vulgo los bautizó en esta ocasión a ellos como el Osado, el Audaz y el Temerario... Algunos años después una agrupación naval visitó el puerto de Londres y el embajador, recién llegado
a la City, invitó a cenar en su residencia a algunos oficiales. Ocurrió que durante la cena, el secretario de embajada, tratando de hacerse agradable a su recién llegado jefe y a los marinos que los visitaban, contó esta anécdota
naval por parecerle simpática y adecuada al carácter de la cena, sin embargo ninguno de los oficiales levantó la mirada del roast-beef ni se permitió otro comentario que un ligero carraspeo. Terminada la cena y despedida
la visita, el secretario comentó con el embajador el carácter huraño y poco animado de los marinos, a lo que dicen que el embajador contestó sin mover un musculo: - Bueno, es que mi esposa es doña Furor y yo el Temerario,
y quizás estos caballeros han considerado poco apropiado hacer alguna consideración al comentario... La historia no cuenta si el secretario buscó alguna viga de la cancillería para colgarse...
Marinos y poetas
Días atrás me refrescaba esta anécdota Titino González- Aller, otrora mi jefe de Escuadrilla en Rota y hoy convecino y amigo en Jerez con quien acostumbro a pasar buenos momentos arreglando España y la Marina, como
corresponde a nuestra situación militar. Se trataba de un teniente de navío cuyo nombre omitiremos por razones obvias y que por su condición de poeta solía ayudar a sus compañeros de cámara en sus conquistas
femeninas, regalando delicados versos a todo aquel que los necesitara. Un día, durante el almuerzo, un compañero le preguntó sobre el estrambote, verso cuyo uso y construcción había olvidado. - El estrambote -dijo el oficial poeta después de tragarse el plátano de postre-. obedece a su significado en italiano que no es otro que el de coletilla. Es decir, es un breve apéndice que se añade al final de un soneto, generalmente
en tono satírico o jocoso. Cervantes y Machado fueron maestros en esta figura poética. El aludido, con cara de no entender una palabra pidió un ejemplo. - Es como si Espronceda en su canción del Pirata hubiera tratado
de ridiculizar al bergantin que describe, en ese caso hubiese escrito algo así como: "Con diez cañones por banda, viento en popa a toda vela, no corta el mar sino vuela, un velero bergantín..... pequeñín!" El oficial
sonrió divertido e hizo ver a su compañero que había entendido perfectamente, y tan contento quedó que cuando subió al puente a montar su guardia y el comandante se acercó en un momento dado y entabló conversación
con él, se refirió a lo ilustrativas que resultaban las comidas con el oficial poeta. -Imagínese mi comandante, que al fin he entendido lo que es un estrambote. A pesar de la ilusión que despedían las palabras del
oficial el comandante no mostró interés en tener mayor conocimiento del asunto, y de ese modo el rosario de guardias continuó en el puente hasta que vino a hacerse cargo de la misma el oficial poeta, momento en que el comandante pareció
interesarse por su vertiente poética y tras establecer conversación con él, terminó por preguntarle: - Por cierto, ¿podría usted explicarme qué demonios es un estrambote? - Muy sencillo, mi comandante
-contestó el oficial con una sonrisa-. es un artilugio poético que obedece a su significado en italiano, que no es otro que el de coletilla. Es decir, es un breve apéndice que se añade al final de un soneto, generalmente en tono
satírico o jocoso. Cervantes y Machado fueron maestros en esta figura poética... - Ya veo -dijo el comandante mesándose la barbilla y fijando la mirada en el horizonte-. Parece claro, pero ¿podría ponerme un ejemplo? - Por supuesto mi comandante -replicó el poeta sin perder la sonrisa.- Cuando muere un comandante no se le ha de enterrar. Se le tira por la borda con los cuernos por delante para que se pueda clavar.... por cabrón. Se ignora si al comandante
le quedó clara la idea, pero sí se sabe que el oficial poeta pasó 48 horas confinado en su camarote. Cosas veredes
¿No era sopa de ajo?
De todos es sabido que sopa tradicional en los barcos de la Armada es la de ajo, unos dicen que por sus propiedades nutritivas y otros porque ayuda a espantar el mareo, pero el caso es que en los barcos en que navegué los días de mal tiempo
solía aparecer una perola de esta sopa en cada una de las cámaras y camaretas y la verdad es que en todos ellos la hacían rematadamente buena. Vamos pues a ilustrar una anécdota en la que la protagonista será la sopa,
y para ellos seguiremos embarcados a bordo del crucero Miguel de Cervantes, el cual permanece fondeado en el abra de Porstmouth con los oficiales embarcados y en el portaaviones Eagle, buque anfitrión de nuestro crucero con ocasión de los fastos
de coronación de la Reina Isabel II. Ocurre, no obstante, que cuando había una recepción de este tipo en la cámara de oficiales, solían darse otras parecidas en las de suboficiales, cabos y marinería, de manera
que nos encontramos que mientras los oficiales se repartían tostadas a diestro y siniestro en el Eagle, a bordo del Cervante tenía lugar una recepción parecida en la cámara de Alféreces de Fragata Alumnos, la popular fragatera.
Como en la mayoría de los barcos, la fragatera del Cervantes era un aposento robado a cualquier servicio, ya que no hay cámara pensada para este tipo de oficiales que suelen embarcar en la flota los meses previos a recibir el despacho de AA.NN.
En el caso que nos ocupa, la fragatera era un puesto de artillería a popa del barco, incómodo y cruzado de babor a estribor y de proa a popa por toda suerte de cables y aparatos utilizados para la difícil puntería en la mar de los
barcos de la época. Y como en tantas cámara, esta fragatera del Cervantes tenía su mascota, en este caso una paciente tortuga acostumbrada a todo tipo de gamberradas que los días de suerte se alimentaba de lechuga, restos orgánicos
o colillas de tabaco y los más a entrenerse con los cables pelados de la artillería fuera de servicio. Ese día media docena de AA.FF. se reunían en tan inhóspito espacio con otros tantos oficiales alumnos británicos
y ya se habían producido todas las tostadas habidas y por haber cuando decidieron sentarse a la mesa, constituyendo el almuerzo de ese día una sopa de cocido previa al popular guiso madrileño que seguramente no tendría nada que
envidiar al famosísimo que preparan en Lhardy, aunque, como sucede tantas veces cuando los extranjeros se acercan a nuestros guisos, los ingleses lo removían desconfiados, lo olían y lo probaban con la punta de la lengua sin atreverse
a llevárselo al estomago. Para ayudarlos a decidirse el jefe de cámara explicó en su mejor inglés la receta de aquella sopa de fideos, lo que no hizo sino aumentar las reticencias de los invitados, ante lo cual, uno de los
oficiales con fama de guasón ofreció a sus invitados una sopa de tortuga, mucho más tradicional en Inglaterra, momento en que los ingleses aceptaron aliviados, procediendo el oficial a agacharse y buscar por los suelos al galápago,
que una vez en sus manos fue a parar a la sopera donde se dedicó a moverlo durante un rato con un cucharón, hasta que extrajo la tortuga, la limpió y la devolvió a sus dominios, para a continuación servir un plato a cada
comensal. - Hala, sopa de tortuga. Buen provecho! Y dicen que, nobleza obliga, con la corrección ejemplar de la que suelen hacer gala, los ingleses se comieron sus platos sin rechistar. La crónica no lo dice, pero no es descartable
que a partir de la fecha el quelonio quedara bautizado con el mote de "Gibraltara"
El protocolo en los buques de guerra
Extraído del libro "Marejadilla" en el que el VA Luis Carrero Blanco Pichot recoge de forma impecable las más suculentas anécdotas de la Armada: Antiguamente eran mucho más corriente que ahora las paradas navales a
las que los países enviaban a sus mejores unidades de combate, actos en los que la pulcritud de los buques de guerra se llevaba al extremo, lo mismo que la uniformidad y presencia de sus dotaciones. Pero si había un momento en que el protocolo
debía debía seguirse con rigurosidad, era en las recepciones que se daban con cualquier motivo, aunque en ocasiones también se llegaba al extremo en cuanto a lo chocante de las situaciones. Y así
parece que sucedió en junio de 1953 cuando con motivo de la coronación de la reina Isabel II, numerosas unidades navales ocuparon el fondeadero de Portsmouth, en el sur de Inglaterra, entre ellas nuestro crucero Miguel de Cervantes. Como
es tradición en estos casos, a la llegada del Cervantes se produjo a bordo del Eagle, buque anfitrión por parte inglesa, la correspondiente recepción protocolaria consistente en un almuerzo al que fueron invitados una nutrida comisión
de oficiales españoles. Los ingleses, desconfiando quizás del nivel de inglés de nuestros oficiales, decidieron facilitarles una nota escrita en la que aparecía traducida la secuencia de actos, resultando que como ocurre en
algunas ocasiones, resultó peor el remedio que la enfermedad. Para mejor entender la cuestión, y antes de exponer la nota de manera literal, aclararé para aquellos poco duchos en la lengua de Shakespeare que el sustantivo "toast"
(brindis), fue traducido como tostada, y stand (alzar la copa o permanecer de pie), se tradujo como sostenerse: 1.- Cuando el vino ha pasado, el presidente inglés se golpea la mesa y todos sostenerse. 2.- Todos los oficiales sostenerse sus vasos 3.- Himno nacional español 4.- El presidente ingles darle la tostada al Generalísimo Franco 5.- Todos los oficiales toman sus vasos, la tostada y sentarse 6.- El presidente inglés
se golpea otra vez. Todos sostenerse 7.-Himno nacional inglés 8. El oficial mayor español darle la tostada a la reina Isabel 9.- Todos los oficiales toman sus vasos, se dan la tostada y sentarse. Al parecer los oficiales
españoles encajaron la nota con exquisitez, pero como a lo largo del almuerzo se siguieron dando continuas tostadas, el ambiente invitó a establecer cierta camaradería, y como no debieron encontrar cantos regionales que compartir, los
oficiales organizaron un torneo medieval entre un caballero inglés y otro español, justa en la que parece que se impuso un hábil teniente de navío de San Fernando a lomos de un bizarro caballo de Ferrol con galones de guardiamarina.
Qué tiempos, ¡ahora pides una tostada y te la dan con jamón y aceite!
Cuando el Juan Sebastían Elcano fue un portaaviones
Extraído del libro "Marejadilla" en el que el VA Luis Carrero Blanco Pichot recoge de forma impecable las más suculentas anécdotas de la Armada: Del instante efímero en que nuestro querido buque escuela Juan Sebastián
Elcano pasó a ser un portaaviones... Imaginaos el Elcano una noche tropical ciñendo con viento flojo las cálidas aguas del Caribe. En toldilla unos oficiales disfrutan ese silencio incomparable
que sólo puede sentirse a bordo de un velero, cuando los únicos sonidos son los bucólicos vaivenes del aparejo y el mágico crepitar de las olas lamiendo el casco. La noche es oscura por lo que los oficiales contemplan hipnotizados
el inigualable espectáculo celeste con miles de estrellas enviando sus mágicos destellos desde las alturas. El momento es ciertamente idílico y hasta los que lo contemplan aguantan la respiración por no romper tan bucólica
magia. Pero el momento se hace añicos de forma inesperada. Un marinero abre con cierta violencia la puerta del tambucho que comunica con la sala de máquinas y sale a cubierta con paso enérgico y decidido, hasta que deslumbrado por
la luz que deja atrás, ciego por la negrura de la noche y sin percatarse de la presencia de los oficiales, levanta la cabeza y desahoga su frustración con un grito estentóreo: - ¡Si los hijos de puta volasen, esto sería
un portaaviones...! Incapaces de contenerse los oficiales estallan en una sonora carcajada, momento en que el indignado marinero echa a correr y tras algún inesperado tropezón desaparece agitando los brazos en dirección a su sollado....
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