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Misterios, leyendas y supersticiones marineras
Animales en el mar
El mar ha estado a menudo asociado a los animales, casi siempre, sin contar obviamente los propios animales marinos, a los de compañía o a los animales domésticos que solían llevarse a bordo como forma de transporte a lugares
lejanos o para aprovecharlos como alimento y otras formas de utilidad no pocas veces sorprendentes. Con el descubrimiento del nuevo mundo los barcos comenzaron a cruzar el Atlántico cargados de vacas,
toros, ovejas, cabras, aves de corral, cerdos y caballos que se multiplicaron al otro lado del océano dando lugar a la extensísima cabaña americana de nuestros días. Al mismo tiempo y dado que por primera vez los buques se enfrentaban
a largas navegaciones, se utilizaron estos animales como única forma de contar con algún tipo de alimento fresco en medio de la inmensidad del océano. Conocida es la historia de la famosa cabra que acompañó al capitán
Cook en sus viajes a lo largo del Pacífico a bordo del Endeavour, primer animal en circunnavegar dos veces la tierra y que a su regreso a Greenwich fue distinguida con los privilegios de un marino jubilado en agradecimiento a los muchos estómagos
necesitados a los que sirvió. Cuando se conoció la existencia de otro enorme océano al otro lado del continente recién descubierto, los barcos europeos buscaron un paso al otro lado
y durante muchos años no existió otro que doblar el cabo de Hornos, sin embargo los marinos, desconocedores todavía de las veleidades de los Alisios, se encontraron una zona de calmas de unos 20 ó 30 grados al norte y al sur del
ecuador donde las encalmadas podían durar muchas semanas, hasta el punto de que muchas veces, sobre todo los barcos ingleses, se vieron obligados a lanzar por la borda los caballos que llevaban de transporte, según unos para aligerar cargas,
pero lo más probable es que lo hicieran para economizar el agua y una vez comenzado su racionamiento, para escapar de los estremecedores relinchos de los cuadrúpedos. Por este motivo los ingleses aún hoy se refieren a la zona como la “Latitud
de los caballos”. En uno de sus álbumes, Jim Morrison, solista y alma de “The doors”, dedicaba un poema a estos animales, que traducido vendría a decir: Latitud
de caballos Cuando el calmado mar conspira una armadura Y su decaída y abortada Corriente cultiva diminutos monstruos La verdadera navegación está muerta
Complicado instante Y el primer animal es arrojado al mar Piernas furiosamente bombeando Su rígido verde galope Y cabeza cortada Equilibrio Delicado Pausa Consentimiento En muda fosa nasal
agonizante Cuidadosamente refinada Y sellada… Otra curiosidad relativa al transporte marítimo de animales se refiere al cerdo, cuya presencia a bordo estuvo prohibida durante mucho
tiempo, al menos en buques españoles y al parecer porque se les suponía foco de enfermedades, sin embargo no eran pocos los barcos que desafiaban la prohibición, y no sólo por la excelente fuente de alimentos que suponían
sino porque se trata de animales tercos que no se rinden con facilidad, de modo que cuando un buque naufragaba o quedaba varado cerca de costa, tiraba guías a tierra atadas a las patas de estos animales que solían ganar la costa por instinto
a pesar del estado de la mar y otras adversidades. En fin, para no extendernos, a pesar de que yo no llegué a vivirlo de manera directa, he escuchado a muchos oficiales de la Armada hablar de aquellas vacas que hasta no hace mucho tiempo se llevaban
a bordo del Elcano para procurar leche fresca, circunstancia que duró hasta la llegada a bordo de la electricidad y por tanto de las cámaras frigoríficas. Comenzábamos esta
pestaña dedicada a los animales y los barcos hablando de los de compañía y a ellos voy a referirme ahora, esencialmente a los perros y a los gatos. Los perros han sido habituales a bordo
de los barcos y no sólo como animales de compañía, de ellos se decía que tenían una sensibilidad tan especial que los buques encargados de barrer minas en tiempos de guerra los embarcaban porque eran capaces de adelantarse
a los ingenios marinos a la hora de detectar los destructivos artefactos. Han sido muchos los perros que han escrito bellísimas líneas a bordo de los buques, pero yo me quedo con aquel superviviente único de la tragedia del Reina Regente
cuyos 420 tripulantes duermen a bordo el sueño eterno en algún lugar próximo a Barbate. El perro, un pastor de Terranova propiedad de un oficial de Sanlúcar, fue rescatado del mar por el Sheffield, un buque inglés
que lo hizo suyo y a cuyo bordo navegó no pocas millas. Meses después, estando el Sheffield fondeado frente a la barra de Sanlúcar a la espera del práctico para subir a Sevilla, el animal se lanzó al mar y nadó
hasta la costa para perderse por las blancas calles de la ciudad gaditana hasta llegar a la casa de su antiguo propietario. Otra historia no menos interesante es la de los doce perros del Titanic.
Cuando se supo que el buque se hundía se dio la orden de que los perros no podían embarcar en los botes, sin embargo hubo tres supervivientes, dos poomeranians y un pequinés que eludieron el control dado su pequeño tamaño,
a pesar de lo cual la dueña de uno de ellos lo hizo pasar por un bebé. No menos estremecedora es la historia de un gran danés que por su tamaño no fue admitido a bordo de los botes y que apareció días después
en brazos de su dueña muertos ambos de hipotermia. He dejado los gatos para el final, ya que estos felinos constituyen el único animal que los marineros no veían a bordo con buenos ojos
debido a las supersticiones tan extendidas entre ellos, a pesar de lo cual los capitanes solían embarcarlos como forma directa de combatir a los roedores. Un gato blanco de Angora fue el único superviviente del Mary Celeste, un enigma
nunca resuelto. Sin embargo, de entre todos los gatos embarcados ninguno alcanzó mayor fama que Oskar, un gato negro con un collar en el que ostentaba su nombre y que viajaba a bordo del Bismarck cuando fue hundido por los ingleses. Rescatado
del agua por el Cossack, Oskar no tuvo problemas en aclimatarse a la nueva dotación, hasta que su barco fue hundido por un submarino alemán, volviendo a ser rescatado del mar, en esta ocasión por el portaviones Ark Royal,
que poco tiempo después fue también torpedeado y hundido frente a Málaga, aunque Oskar salvó de nuevo la vida a bordo de un bote. El Almirantazgo británico decidió entonces que el animal ya tenía bastante y
lo desembarcó, pasando a vivir el resto de sus días en un colegio de huérfanos de marinos con pensión a cargo del gobierno de su graciosa majestad.
Ataudes
En 1980 fui destinado a uno de los últimos buques comprados a los EE.UU. antes de que empezáramos a fabricar los nuestros en casa, se trataba del Transporte de Aragón (L-22) al que pomposamente llamábamos
“el nuevo” por diferenciarlo de aquel otro al que llamábamos “el viejo” (TA-11), que se caía a pedazos en la Carraca. Cuando el barco llegó a Cádiz los de nuevo embarque supimos por los que habían
traído el barco de los Estados Unidos que en una de la bodegas viajaba un ataúd de madera y que no eran pocos los miembros de la dotación que daban un rodeo cuando necesitaban atravesarla para no encontrarse con la cosa esa a la que ninguno
ponía nombre pero todos coincidían en que tenía mucha “malage”. A lo largo del tiempo en que permanecí destinado a bordo asistí complacido al nacimiento de una leyenda, pues si bien la existencia del ataúd
no era más que una forma de prevención en una marina expedicionaria como la norteamericana en la que se daban situaciones que en la nuestra no se vivían desde la pérdida de las colonias, con el paso de los meses y conforme se iban
produciendo los relevos naturales de la dotación se empezó a hablar del “muerto de la bodega” e incluso se le adjudicó un tipo de muerte determinado causado por el golpe de una de las grúas en la que un contramaestre
del norte pintó una “K” de “killer” con gran disgusto de no pocos homólogos del sur. A pesar del tiempo transcurrido todavía recuerdo los balbuceos y excusas de más de un miembro de la guardia a la hora de
la ronda mayor… A pesar del proverbio chino mencionado al principio del relato, no hay constancia de que los ataúdes figuren como ejemplo de superstición marinera, pero tampoco hay duda de la
poca gracia que hace un catafalco a bordo de un buque de combate, lo mismo que tampoco nos gustaría encontrárnoslo a bordo de un avión, donde por alejarse de posibles supersticiones ni siquiera es posible encontrar la fila número
13. Y eso que la superstición podía haber encontrado alas a resultas del incidente del City of York, un buque que hacía el trayecto entre San Francisco y Freemantle y que en julio
de 1899 embarrancó en los arrecifes de la isla de Rottnest a consecuencia de un temporal, con la pérdida de la vida de once de sus tripulantes. El asunto no hubiera tenido mayor trascendencia de no haber aparecido entre las rocas un pequeño
ataúd de madera con un cadáver en su interior hecho del mismo material. Durante la investigación se supo que la construcción del ataúd había sido obra del carpintero de a bordo, que ante las quejas de sus compañeros
y sencillamente por ese tan humano sostenella y no enmendalla talló el cuerpo de madera a continuación. Lo más irónico de la historia es que el carpintero sobrevivió al desastre junto con un gato que navegaba a bordo,
a pesar del recelo de no pocos marineros a que ciertos animales les acompañen en un viaje por mar. Otra conocida superstición. En cualquier caso el hecho de que la presencia de ataúdes a
bordo no se cuente entre las supersticiones marineras es probable que se deba al hecho de que nunca nadie se preocupó de embarcarlos, pues antiguamente, en la época en que se fraguaron las supersticiones, cuando un marinero moría
en la mar se le fabricaba una mortaja de lona y su cadáver se lanzaba al mar lastrado con una bala de cañón, teniendo antes la precaución de que la última puntada atravesara la nariz del difunto, no sólo como prueba
definitiva de la muerte, sino como precaución para mantener el fantasma del marino dentro de su mortaja y evitar su eterno penar por los océanos del mundo.
La moneda
Colocar una moneda bajo el palo mayor de los buques en el momento de su construcción era una costumbre muy arraigada en las antiguas atarazanas e incluso hoy todavía hay constructores navales que la esconden
entre los hierros fundidos como forma de contribuir a una tradición tan antigua como importante fue en su día. El origen de esta costumbre se encuentra una vez más en otra de las supersticiones
de los marineros y tiene su referencia en la mitología griega, más concretamente en Caronte, el barquero. A Caronte nos lo pintan como un anciano decrépito vestido con una túnica
ajada que se ocupaba de transportar las almas de los difuntos de una orilla a otra del río Aqueronte, siempre que tuvieran un óbolo para pagar el servicio, motivo por el que durante mucho tiempo se enterró a los muertos con una moneda
en la boca. La razón por la que los constructores colocaban la moneda bajo el palo mayor era para tranquilizar a los marineros más supersticiosos en el sentido de que sus almas no permanecerían para siempre errando por los océanos
al haber satisfecho el peaje de Caronte. La novela Moby Dick de Herman Neville, uno de los relatos marineros más costumbrista, hace una referencia a la importancia de contar con una moneda a bordo como
parte de la jarcia muerta: —Todos los vigías me habéis oído dar una orden acerca de una ballena blanca. Pues bien, ¡atención ahora! ¿Veis esta onza
española de oro? E hizo relucir la moneda al sol. —Vale dieciséis dólares, muchachos. ¿La veis? Señor
Stubbs, deme un martillo. El primer oficial fue a recogerlo, mientras el capitán, silencioso, frotaba la moneda como si quisiera sacarle más brillo. Stubbs le entregó el martillo
y el capitán se acercó al palo mayor, lo alzó y exclamó con voz chillona: —Aquel de entre vosotros que descubra esa ballena que tiene tres agujeros en el cuerpo,
aquel que la descubra, se llevará esta onza de oro, hijos míos. —¡Hurra! -gritaron los marineros, arrojando al aire sus sombreros mientras el capitán clavaba
la moneda en el palo mayor. —He dicho una ballena blanca —continuó el capitán tirando el martillo—. Cien ojos, hijos míos.
Tan pronto, como veáis una burbuja, ¡avisad! Porque os aseguro que ella nos está observando a nosotros en estos momentos. La alegría de los marineros es doble: por una parte,
de conseguir acabar con la temible ballena blanca la moneda sería su premio, y en el caso de que fuera Moby Dick la que pudiera con ellos, Caronte tendría su óbolo y ellos su paso al otro lado del río de las ánimas, con lo
que sus almas quedarían a salvo de penar eternamente en el mar. Hay constancia de que en Trafalgar, muchos de los marineros que combatieron tanto en la escuadra combinada como en la inglesa llevaban una
moneda en el bolsillo. Ningún marinero hubiera reconocido su intención, aunque muy probablemente fuera la de pagar los servicios del barquero…
Marineros antiguos
Tradicionalmente las películas y novelas han representado al marineros antiguo como un tipo rudo y atemperado, sin embargo, la realidad es que solían
pertenecer al extracto social más bajo, cuando no eran producto de levas en los barrios más humildes de los puertos . Mucho después de Colón, todavía había marineros que creían que el mar acababa tras el horizonte
y que más allá su nave se despeñaría a un terrible vacío. Todavía hoy el mar guarda muchos secretos y misterios que el hombre no acierta a desentrañar, un caldo de cultivo propicio para el nacimiento de leyendas,
maldiciones y supersticiones, la mayor parte de las cuales tienen un origen lejano e incierto.
La isla de Pascua. Rapa Nui
La isla de Pascua o Rapa Nui, nombre que le dieron sus primeros habitantes polinesios, fue descubierta para occidente por el navegante holandés Jakob Roggeveen,
que le puso este nombre por coincidir su descubrimiento el día de la Pascua de Resurrección de nuestro santoral. Cuenta con una superficie de 163 km² dispuestos
en forma de triángulo de 16, 17 y 24 kilómetros de lado y dentro de su perímetro se distribuyen tres volcanes extinguidos. Actualmente tiene algo más de cinco mil habitantes que pertenecen administrativamente a Chile desde que en
1888 el capitán de la Armada chilena Policarpo Toro la anexara a su país después de unas brumosas negociaciones con los indios autóctonos. La isla está a 1800 kilómetros de la metropoli. Lo que sin duda hace de Rapa Nui un punto geográfico en el Pacífico de tanto interés que atrae todos los años a millones de visitantes son sus estatuas colosales, conocidas en el lenguaje autóctono
como moais, y también la misteriosa civilización que los levantó. Según las últimas investigaciones el origen de la etnia Rapa Nui podría
estar en las islas Marquesas, de donde habrían llegado los primeros habitantes en el siglo IV de nuestra era. Su sociedad estaría dividida en tribus con distintas clases sociales muy estratificadas. Unos diez siglos después, la llegada
de un grupo de incas sin mujeres habría producido el mestizaje actual del que se desprenden dos razas distintas: los “orejas grandes” desdendientes más o menos puros de los primeros Rapa Nui y los “orejas cortas”,
individuos más rechonchos y desarrollados torácicamente como consecuencia de la mezcla con los incas. Entre los siglos XV y XVIII Rapa Nui pudo sufrir problemas de sobrepoblación
y falta de alimentos, lo que habría desencadenado los primeros enfrentamientos y guerras entre las tribus y con ellas habrían llegado a la isla el canibalismo y los primeros derribos de moais. Nuevas expediciones posteriores habrían
traido ciertas enfermedades que generaron el despoblamiento masivo de la isla y su debilitamiento hasta facilitar la conquista por parte de los esclavistas, que terminaron por diezmar la población de la isla. La partida de unos 250 indígenas
con los misioneros católicos redujo la población a apenas un centenar de personas en 1877. En estas condiciones se produjo la dudosa anexión a Chile por parte del capitán Toro. No es descartable y los científicos lo contemplan
hoy como una posibilidad muy a tener en cuenta, que en medio de tanta desgracia un tsunami barriera completamente la isla dejando con vida a unos pocos supervivientes. Pero, como digo, el legado
principal de estos misteriosos habitantes de la isla son los moais, un grupo de estatuas monolíticas construidas con roca volcánica que únicamente se encuentran en Rapa Nui. Los más de seiscientos “censados”
a día de hoy fueron labrados en toba en uno de los volcanes, donde aún permanecen otros 400 en fase de acabado. Todo apunta a que los moais fueron abandonados repentinamente, bien como consecuencia de los primeros conflictos tribales
o como producto de la enorme ola que pudo barrer la isla de punta a punta. En cualquier caso, por alguna razón tan misteriosa como las anteriores, prácticamente todos los moais terminados fueron derribados por los supervivientes, cualquiera
que fuera la calamidad que los diezmó. Inicialmente los moais llevaban unos moños en piedra roja de más de 10 toneladas de peso que se extraían
de otro volcán y en 1978 se descubrió que en las cavidades oculares se colocaron originalmente piedras de coral a modo de ojos. Estas piedras han sido descubiertas en el mar, donde fueron arrojadas por los nativos durante las guerras tribales
o por la fuerza de la ola que asoló la isla. Cuando los primeros navegantes europeos llegaron a Rapa Nui en el siglo XVIII no podían dar crédito a lo que veían. Recientemente se ha sabido que muchos de los moais a los que
se consideraban simples cabezas, son en realidad estatuas completas enterradas con los cuerpos y brazos tallados. Hay docenas de teorías que tratan de explicar el significado de los moais, aunque todo
apunta a que se trate de representaciones de difuntos que proyectaran un poder sobrenatural sobre sus descendientes, el hecho de que, excepto siete que parecen representar a los primeros exploradores llegados a la isla, todas las estatuas se sitúen
de espaldas al mar proyectando la mirada sobre los antiguos poblados, apunta en esta dirección. Otra teoría controvertida es la del misterio de las herramientas empleadas en su construcción y el modo en que las estatuas fueron desplegadas
por toda la isla, teniendo en cuenta lo rudimentario de los conocimientos de construcción de los Rapa Nui y las 9 toneladas de peso medio con que cuenta la mayoría de ellas.
Curas, mujeres y paraguas a bordo
Es tradición marinera muy extendida que los curas a bordo traen mala suerte. El origen de esta superstición podría encontrarse en una tradición que asegura que cuando la Virgen del Carmen hizo
entrega a San Simón Stock del escapulario que en su día llevaban casi todos los marinos, sustituido hoy en muchos casos por una medalla, la Virgen prometió que no dejaría morir a ningún marinero sin confesión, lo que
de alguna forma aseguraba el regreso a tierra si es que no había cura a bordo capaz de llevarla a cabo. Lo de los paraguas parece claro y es que por su propia naturaleza es un artículo asociado al mal tiempo, por lo que
en los tiempos en que nacieron todas estas supersticiones debía entenderse que era una forma de invocar al mal tiempo. En cuanto a las mujeres, hoy en día el mar hace profesión de ambos géneros, pero no
sólo no fue siempre así, sino que hubo un tiempo en que, no siendo en puerto, las mujeres no eran bienvenidas a bordo. Las razones de esta superstición son confusas, aunque podrían encontrarse en una tradición que asegura
que algunos barcos con mujeres menstruantes a bordo se perdieron por culpa del desvío de la aguja producido por el hierro de la sangre. Desde luego es cierto que hubo un tiempo y lugar en que las mujeres menstruantes no eran autorizadas a embarcar y
quizás para explicar la prohibición se crearon y exageraron este tipo de historias. Lo cierto es que tenemos datos de la presencia de mujeres disfrazadas de hombres en algunas batallas españolas, que, ejem, ejem, se perdieron...
Loúnico realmente cierto es que no se le pueden poner puertas al mar.
Un "Viva la Virgen" y un "Punto filipino".
Ambas expresiones tienen hoy un significado parecido y las dos un claro origen marinero. Cuando decimos que alguien es "un Viva la Virgen" nos referimos despectivamente a alguien indolente y despreocupado.
El origen de la expresión está en la marinería, cuando esta tenia que formar para las faenas del barco y el último en llegar tenía que gritar "Viva la Virgen", por lo que la voz ha quedado como sinónimo de lento, torpe
y despreocupado.
Por otra parte, a finales del siglo XVI y hasta los primeros años del XIX el Galeón de Manila estableció la ruta entre esta ciudad filipina y la mexicana de Acapulco. Este un buque solía
transportar un pasaje constituido principalmente por curas y soldados, pero incluía también a jóvenes descarriados de la alta sociedad a los que se enviaba lejos como correctivo o para poner agua de por medio en asuntos de faldas. Estos
muchachos quedaban consignados en los manifiestos de a bordo, como "puntos filipinos". Denominación que aún hoy se usa para señalar a los jóvenes de conducta libertina.
Los siete mares
La de los siete mares es una figura poética muy recurrente en la literatura marínera. Desde antiguo el siete ha sido una figura bíblica asociada al bien: "Al séptimo
descansó", "el séptimo cielo", las siete virtudes cardinales frente a los siete pecados capitales... Durante mucho tiempo, a pesar de que son muchas las maravillas del mundo, siete fue el número considerado para explicarlas
y algo parecido debió pasar con los mares, pues ya en el siglo XVI el hidrógrafo turco Piri reis redactó una lista de los siete mares conocidos del Islam: El mar de China, el de Omán, el Mediterraneo, el mar Rojo, el golfo de Bengala,
el Pérsico y el océano Atlántico. La era moderna considera que corresponde a los océanos el título de los siete mares, a saber: Atlántico norte y sur, Pacífico norte y sur, Índico, Ártico y Antártico. Desde luego existen otros muchos mares; a mí, sin entrar en geografías puramente locales, se me ocurren más de 30, pero nos ahogaríamos sólo de intentar nombrarlos a todos. Consideremos, pues, los océanos
como esos siete mares modernos, aunque tampoco dejemos de reconocer la esencia de lo antiguo y abramos un sitio en el recuerdo para aquellos míticos mar del Japón, mar del Norte, Caribe, Caspio, Egeo, mar de Timor, mar de Coral y por supuesto
aquel otro mar objeto de tantas supersticiones que fue y sigue siendo de los Sargazos.
La leyenda del Holandés Errante
Pocas leyendas han tenido más calado en el ánimo de los supersticiosos marineros que la del Holandés errante, hasta el punto de que cada uno de ellos al contar en las tabernas su encuentro con
el barco maldito, fue añadiendo un nuevo detalle, de modo que hoy nos encontramos un sinfín de historias referidas a esta leyenda pretendiendo todas ser la original. La más extendida se refiere a Cornelius Vanderdecken,
un holandés que zarpó rumbo a su tierra debiendo doblar el cabo de Buena Esperanza, entonces llamado de las Tormentas. Un inesperado y fortísimo temporal impidió a Vanderdecken bracear las vergas para porner rumbo al otro lado del
cabo y mientras más intenso era el temporal, mayor era la determinación del holandés por vencerlo, hasta el punto de que cuando Dios hizo su aparición a los marineros en el cielo, el propio Vanderdecken lo desafió e incluso
abrió fuego con su pistola contra la aparición, jurando (naturalmente por todos los truenos, rayos y centellas) que alcanzaría su objetivo a pesar de la ira divina. Ocurrió que en el momento de su juramento el barco se fue a pique,
volviendo a aparecer al poco como un buque espectral con su capitán al timón convertido en un espíritu errante. A partir de ahí la leyenda multiplica sus efectos y mientras unos dicen que el Holandés
pretende entregar una carta a cualquier barco que se comprometa a hacerla llegar a puerto, otros sostienen que cualquier marinero que ponga sus ojos en el barco maldito quedará ciego al instante. En todo caso, todos coinciden en que se ha de poner al
barco del Holandés la mayor distancia posible. Son muchos los marinos que juran haberse encontrado en la mar con el espectral buque del Holandés errante. Algunos de ellos, incluso, de reconocida sobriedad...
El champán en la botadura de los barcos
La de estrellar una botella de vino en la amura de los barcos en el momento de su botadura es una costumbre antigua que ha evolucionado poco. Los romanos asociaban el vino con la vida y por eso solían quebrar un ánfora
de vino para que su contenido sirviese de alfombra en la primera zambullida de la nave, hoy el ánfora se sustituye por una botella de un licor o vino local que, pendiente de una piola fina, una mano femenina suele estrellar sobre el nombre escrito
en la amura del buque como forma de desearle suerte en su cabalgar a lomos de los océanos que le esperan. Afortunadamente fue la costumbre romana la que evolucionó y no la de los vikingos que jalonaban la caida al mar
con los cuerpos de sus enemigos, los cuales quedaban destrozados por el barco en su descenso, quedando sus cuadernas regadas por la sangre antes que por el agua de mar, lo que representaba una buena señal para sus Drakkar y Snekkar.
Las ofrendas con vino en tiempos de los romanos se hacían también con ocasión de los viajes lejanos de sus naves, esta es una de las razones de que los fondos marinos frente a la isla de Escombreras en Cartagena se hayan visto saturados
de ánforas de vino, pues en la isla, además de una de las primeras almadrabas de la historia española (escombrum signfica caballa), existía un altar al dios Hércules, a cuya fuerza se encomendaban los navegantes romanos arrojando
un ánfora a su paso frente al altar. Uno de los pocos barcos, que se sepa, que desafió la costumbre de una vida larga y saludable a cambio de una botella de vino fue el Titanic, que sencillamente izó una
bandera roja en la popa y lanzó tres cohetes al aire en el momento de la botadura. Después de que tanta gente haya estudiado las razones de su hundimiento sin llegar a alcanzar un consenso, pienso que tal vez baste bucear en las costumbres más
sólidas de los marinos para encontrar la clave: Una botella de un buen whisky irlandés seguro que hubiera obrado maravillas, pero los actos de la botadura del Titanic y algunos otros que vinieron después quedaron bajo la resonsabilidad
de la gente de tierra. ¡Bah!
El Grog
La Armada británica hizo costumbre de la entrega a la marinería de una ración diaria de alcohol, debido a que con el paso de los días el agua de los barriles solía
echarse a perder y los marineros enfermaban. Al principio se les repartía cerveza y más adelante brandy, sin embargo la conquista de Jamaica puso al alcance del almirante Edward Vernon un sinfín de toneles de ron, por lo que este licor
pasó a constituir la bebida reglamentaria a bordo, repartiéndose la ración de medio litro a los marineros y un cuarto a los grumetes en dos mitades al mediodía y al atardecer. El almirante Vernon era conocido
por sus marineros como "Old Grog" por su empeño en lucir sobre el uniforme un abrigo de pelo grueso muy usado en Francia, país del que procedía su nombre:"Grogram" . Pues bien, como quiera que el propio Vernon comenzó a preocuparse
al ver los desafortunados efectos que causaba en la marinería el consumo de ron, propuso al almirantazgo rebajar la ración de cada marinero con un litro de agua, bebida que los hombres de a bordo no tardaron en bautizar como "grog". Diluido en
agua, el alcohol hacía menos efecto, pero la cantidad era mayor y tras su ingesta algunos marineros quedaban inútiles para la maniobra y su estado era consignado en las listas como "Groggys"... Dicen que tras su derrota en Cartagena
de Indias a cargo de Blas de Lezo, cuando fue retirado del servicio debido a la vergüenza de las monedas acuñadas en Londres señalando su falsa victoria, Vernon se hizo muy amigo de la bebida cuyo nombre había acuñado él
mismo, y por las noches, cada vez que caía bajo sus efectos, agitaba los puños al cielo y sentenciaba: "Lezo, Lezo, a Dios pongo por testigo de que algún día te atraparé..." De no haber sido expulsado del servicio, tal vez
hubiera llegado a saber que Lezo murió tras la batalla a consecuencia de las heridas recibidas en combate o quizás de alguna de las enfermedades que se desataron en el entonces virreinato de Nueva Granada a consecuencia de la larga fila de muertos
ingleses que dejó Vernon tras su retirada...
Blas de Lezo, Vernon y las monedas de la vergüenza
Todos los españoles conocemos la historia del asalto a Inglaterra por parte de la Armada Invencible en 1588, que se saldó con una dolorosa derrota de los 126 barcos que formaban
la flota, de forma que cuando los ingleses lo celebran, no nos queda otro remedio que bajar la cabeza. Sin embargo, pocos saben que hubo una ocasión en que les devolvimos la moneda Y nunca mejor dicho). Ocurrió en 1741, cuando Blas de Lezo defendió
heroicamente la ciudad de Cartagena de Indias ante una flota inglesa al mando del almirante Vernon, compuesta por 180 buques y unos 30.000 hombres. Tan convencido estaba de su victoria que al poco de comenzar la batalla y en vista de su
superioridad, Vernon envió una fragata a Jamaica dando cuenta de la victoria. Después de un largo asedio y tras ser rechazado en varias ocasiones por Lezo, Vernon se dio a la vela en retirada, pero para entonces la noticia de su éxito
ya había llegado a Londres, donde se acuñaron una serie de monedas para festejar una victoria que daba a Inglaterra el control de toda sudamérica, con lo que eso significaba en términos de metales preciosos, materias primas y esclavos. La noticia de la derrota de Vernon fue tan humillante que su nombre quedó proscrito de la historia naval inglesa y desde entonces los británicos buscan frenéticamente recuperar las pocas monedas que, rememorando la efémerides,
aún siguen en circulación depositadas en los museos, en ellas puede verse a Lezo entregando su sable a Vernon rodilla en tierra en señal de rendición.
El triángulo de las Bermudas
Todo el mundo ha oído hablar del famoso triángulo de las Bermudas, pero no todos saben que el término se acuñó en 1964 en un artículo en una revista norteamericana que analizaba la misteriosa desaparición
en 1945 de un escuadrón de bombarderos de la Marina Norteamericana: el mítico vuelo 19. El archipiélago de las Bermudas, localizado a unas 600 millas a levante del Cabo Hatteras (Carolina
del Norte), fue bautizado así en honor a su descubridor, el explorador español Juan Bermúdez, que originalmente lo llamó Islas de los Demonios debido a los fuertes vientos y oleajes que predominaban en la zona. El llamado triángulo
de las Bermudas tiene uno de sus vértices en este archipiélago y los otros dos en Puerto Rico y el sur de Florida y es famoso por la gran cantidad de aviones y buques supuestamente desaparecidos en sus aguas que no suelen dejar supervivientes.
Aparentemente, muchas de estas desapariciones estuvieron precedidas por fenómenos meteorológicos insólitos, fallos de instrumentos, perdida de potencia o de sustentación de los aviones y extraños remolinos en el mar, lo que
ha dado lugar a que una legión de aficionados a lo paranormal sitúen en este mar el territorio de operaciones de ciertas fuerzas ocultas entre las que naturalmente se cuentan los alienígenas y los OVNIs.
El triángulo ya gozaba de su fama actual antes de la desaparición del vuelo 19, sin embargo fue este extraño accidente aún por resolver lo que disparó su fama. El vuelo 19 estaba compuesto por cinco bombarderos Grumman
Avenger de la Armada que despegaron de Fort Laudardale (sur de Florida) a las dos de la tarde del cinco de diciembre de 1945 en vuelo de adiestramiento para los 15 componentes de la formación, todos con escasa experiencia. Al vuelo, que debía
tener una duración de dos horas, no se presentó el cabo Allen Kosnar, del que se dijo que tuvo una extraña premonición. A las 15:45 el teniente de navío Charles Taylor, líder
de la formación comunicó a la base que estaban perdidos dentro de una tormenta: CT: “Estamos perdidos, no vemos tierra” Base: “Al oeste, diríjanse
al oeste”. CT: “No sabemos dónde está el oeste. Todo está mal, el océano presenta un aspecto extraño…” La comunicación
radio se fue debilitando y el último mensaje medianamente inteligible pareció sugerir que los instrumentos se habían vuelto locos. Los mensajes originales se extraviaron posteriormente, aunque algunas fuentes han sugerido que pudieron
ser destruidos para disimular alguna responsabilidad o que tal vez nunca existieron. En cualquier caso, a las 16:30 un hidroavión Martin Mariner despegó en misión de rescate con
trece tripulantes a bordo. Su responsable, el teniente de navío Harry Cone, informó de su posición dos veces antes de desaparecer. Hacia las siete de la tarde la torre de control aún captó una señal débil en
la que sólo era reconocible el distintivo radio del vuelo 19. Al crepúsculo la tripulación del petrolero Gines Mills informó del avistamiento de una enorme bola de fuego que se precipitó al mar, aunque una vez que
se acercaron a la zona en cuestión no encontraron ningún tipo de restos. No se puede hablar de una prueba concluyente, pero las características del avistamiento se corresponden con las del accidente de un avión con mucha capacidad
de combustible como eran los Martin Mariner. Desde que se hizo pública la desaparición de los dos vuelos, el número de teorías que la explican se han disparado en progresión
geométrica al paso del tiempo, sobre todo después de que un radioaficionado de Florida presentara una trascripción radio en la que se escuchaba supuestamente a Taylor proponiendo su abducción por extraterrestreso: “No vengan
a buscarme, tienen aspecto de ser del espacio…”. El propio Steven Spielberg utilizó este supuesto escenario para proponer que los bombarderos reaparecieran en un desierto 30 años más tarde, mientras que los viajeros
descendían de un platillo volante con el mismo aspecto del día de su desaparición. La teoría más extendida es que el primer vuelo desapareciera por culpa de la falta de experiencia de los pilotos, que siguieron a su
líder desorientado hasta que debieron aterrizar en un mar encrespado desapareciendo para siempre. En cuanto al segundo vuelo pudo haber sufrido un accidente sin mas, tal vez al descender a reconocer algún resto sobre la mar atemporalada.
Desde que sucedieron los accidentes los pescadores de la zona han venido recogiendo restos de aviones en sus redes e incluso huesos humanos, sin que nunca haya llegado a concretarse su origen. El fuselaje
de un avión encontrado en 1987 a 20 millas de Cayo Hueso correspondía sin dudas a un avión Avenger, sin embargo no fue posible certificar que perteneciera a uno de los aviones del desgraciado vuelo 19, cuyo final sigue siendo
un misterio que da origen a otro superior: el del inquietante Triángulo de las Bermudas.
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