A escasos años de que se cumpla el segundo centenario de la desaparición del navío San Telmo en aguas del paso de Drake, crece el interés de los españoles por conocer
la epopeya del buque y el final de los 644 marinos que en él se perdieron.
Hoy sabemos que falto de carena y de los mínimos cuidados, el San Telmo no estaba en condiciones de afrontar
el difícil paso del cabo de Hornos ya que tenía las peores averías que pueda tener un buque de vela de su porte para enfrentarse a unas aguas tan difíciles como las australes que separan la punta más meridional del continente
americano de la más septentrional de la Antártida. Los fortísimos temporales a los que hubieron de enfrentarse los desasistidos marinos del San Telmo no son excusa para la pérdida del barco ya que eran y siguen siendo
habituales en la época en la que el San Telmo debió enfrentarse al que, junto al cabo de Leewind, constituye lo que los marineros de la época conocían como la Guarida del Diablo.
Tras ser avistado por el palentino Gabriel de Castilla en 1603, aparentemente ningún pie humano había hollado los hielos del continente blanco hasta la llegada del navegante británico William Smith poco tiempo después de la desaparición
del navío. Haciendo uso del tan manido fair play británico, Smith admitió haber encontrado en la Antártida un navío español de 74 cañones que sólo podía ser el San Telmo, lo mismo
que dijeron otros navegantes ingleses posteriores, sin embargo, sin duda reconvenidos desde Londres, los ingleses dejaron repentinamente de hacer mención al barco, aunque su propia cartografía de hoy, heredera de la de la época, les delata
al nombrar una isla próxioma al cabo Shirref como Telmo Island.
Encontrar restos del barco hoy en día es tarea prácticamente imposible ya que la noticia del descubrimiento del continente
blanco atrajo a la zona una legión de foqueros y loberos que sin duda utilizaron la madera del buque para hacer fuego. Buscar los cañones es también tarea difícil pues es muy probable que una vez vencido y desaborlado por los temporales,
los cañones fueran arrojados por la borda por una cuestión de pesos, tratando de hacer el buque todo lo marinero posible y las simas que rodean la parte norte de la Antártida superan los cinco mil metros de profundidad.
Pero quedan los hombres. 644 almas desesperadas que debieron dejar en algún sitio el testimonio definitivo de su presencia, más allá de las oquedades encontradas en las rocas de hielo, practicadas sin duda por manos
humanas, los restos de animales que utilizaron para alimentarse y de hebillas y calzado propio de los marineros españoles de la época.
Tal vez falte la prueba definitiva, pero los españoles podemos
sentirnos orgullosos de que en su desgraciado navegar los 644 marinos españoles que formaban la tripulación del San Telmo representan, a título póstumo pero con todos los méritos, los verdaderos descubridores de la Antártida.
Descansen en paz.